Montevideo, Febrero 1º, 2017
Me tomó por sorpresa, como esas cosas que sabemos, pero aún no nos damos cuenta. Había escrito un artículo sobre ISIS, (Erótica de la destrucción) intrigada por la seducción que ejerce sobre ese sector de nuestra civilización (occidental) que se inscribe en la organización para ser parte de la acción violenta que ofrece. En lugar de influir en ellos, ellos influyen en nosotros.
Desde esa mirada, ISIS desborda la instintiva machista, alienta al hombre a rescatar el honor, el heroísmo viril que libera su agresividad. Su imagen de varón, domeñada a través de los siglos, reducida a una oficina donde la dignidad masculina se resiente, se ve constreñida a obedecer para conservar un empleo. Por otra parte el avance de la mujer no le cede lugar en lo social y muchas veces la revancha toma la forma de violencia doméstica.
La ferocidad del embate islámico con su impronta de carecer de freno, se puede equiparar al efecto de las drogas, de los jóvenes que juegan piques en sus motos. Si la policía los detiene continúan el juego en otras calles. No pueden parar. Sólo los detiene la pared en la que se estrellan y mueren. Desatado el impulso, el límite es entonces la muerte.
No se me había ocurrido en ese momento ligarlo con los nazis. Martin Amis en su novela “La zona de interés” me guiñaba la respuesta. Cuando su personaje, un comandante nazi explica la compulsión de matar, dice:
“Un hombre mató a su esposa de 136 puñaladas. Se dijo que el acto constituía un exceso. Sí, si – agrega pensativo-, pero yo puedo entender esa lógica oscura. Sucede que no podemos parar”.
Sólo hacía falta el link que alguien me envió para acceder a “Secret nazi files” (Los archivos secreto de los nazis, BBC), cuyo primer episodio despliega el tema de las drogas en el III Reich. Y de pronto, el camino se despejó. No fue mencionado siquiera por ningún historiador, sociólogo, jurista. Sabía del alcohol, pero de drogas…
Había encontrado por fin una veta que recopilaba mis interrogantes, esas que habían acompañado la senda de lecturas. Y las circunstancias que había devorado la bruma, comenzaban a despejarse y adquirir sentido. Salían a la luz como la huella de la tinta invisible.
Solía sorprenderme la precipitación, la rapidez, la violencia del estilo nazi; el record de llegada de las invasiones, la Blitzkrieg (guerra relámpago) tan extenuante y sostenida; el shnell, shnell (rápido) del atropello habitual, del acarreo de prisioneros, de la brutalidad desplegada. Del mismo modo suelen describirse las propias incursiones de los SS para detener ipso facto a civiles sospechosos de traición o saboteo, fuera verdad o no. En suma, un cuadro abarrotado de rasgos extrañamente lesivos, adversos, que sin embargo armonizaban entre sí: la celeridad y la prisa de la violencia, la ira, la crueldad, la frialdad e insensibilidad, la obediencia obcecada ; la disciplina vaciada de ética.
También la indiferencia ante el dolor de las víctimas, como si quedaran congelados, como si fueran sordos, insensibles, ciegos ante las consecuencias de sus arrebatos.
Las explicaciones que se esbozaban no daban cuenta de ese cuadro robótico que parecía rechazar y expulsar cualquier intento de rastreo más profundo.
Había otro elemento que lograba intrigarme y era la constante ira que trasuntaban las arengas del propio Fûhrer.
Era por demás muy extraña esta omisión. Sabía que el alcohol era necesario muchas veces para que los soldados pudieran soportar la tarea que se les asignaba. Pero acerca de drogas…
¿Por qué los historiadores no lo detectaron? ¿Les pareció un tema menor, era un dato a ocultar? ¿Aún no se sabía? ¡Qué más habremos de descubrir en las arenas movedizas de aquella tragedia que atravesó el planeta? Por otra parte casi nadie parecía concederme crédito cuando mencionaba el nuevo dato de las drogas del III Reich. ¿Por qué? ¿Habían dejado de interesar los datos de la guerra?¿ Implicaba modificar la memoria, la estructuración del conocimiento que cada quien lleva sellado acerca del tema?
Tenía que buscar información.
NAZI SECRET FILES (BBC) muestra el ataque feroz de la Blitzkrieg con el ejército alemán superando los 160 km de marcha por día sin descansar, sin dormir, trazando picadas con los aviones, que sorprendían por la resistencia de los pilotos al exceso de presión en vuelo.
La presunción de Inglaterra de que algo se perfilaba detrás de tan insólitas acciones se descubrió cuando capturaron un caza con el kit de supervivencia del piloto. Entre otros enseres, un rollo de comprimidos desconocidos iba con instrucciones y advertencias sobre un shock psicológico extremo.
El laboratorio descubrió un compuesto químico sintético – hoy de carácter ilegal- la metanfetamina.
¿Era ese el secreto?
Apenas era el indicio de un mundo jamás imaginado que había permanecido tras bambalinas en régimen oculto y secreto. Traspapelado en las páginas de la historia, escamoteado hasta la indignación del investigador: enterrado, como era el estilo.
Norman Ohler ( High Hitler. Las drogas del III Reich) sugiere que la propia prohibición nacionalsocialista respecto de las drogas hizo desaparecer los informes de una actividad que tomaba un cariz ilegal. Si bien la ciencia de la época es liberada a los efectos de trabajar sobre nuevos y fantásticos descubrimientos, éstos lograrían éxito luego de la guerra, en los países aliados. Los científicos alemanes investigarían ahora para el progreso y no la destrucción.
El crystal-met se consumía a nivel civil por millones de alemanes con el nombre de PERVITIN ofrecido como revitalizante. Nunca se habían instrumentado pruebas de largo plazo y el Pervitin devino un peligro impensable. A los dos años del estallido del producto, el exceso del consumo, ponía en riesgo la salud de la población. Al escapar de su control, el ministro de salud, la declara enfermedad mental. Se volvía imprescindible sostener la pureza de la raza aria y envía a la muerte a los adictos. Empero, proscripta para civiles, Pervitin queda habilitada para el ejército, como uso restringido a situaciones especiales. Por supuesto, su producción aumentaría al punto de generar una nueva fábrica elaboradora exclusivamente para soldados.
El alto comando y Hitler mismo consumían. Morell le administraba al Führer anfetaminas intravenosas y esteroides para poder levantarse en la mañana. En esas condiciones él tomaba sus decisiones y planificaba dominar al mundo. Combatía su depresión con una droga que como sabemos, afecta y deja disminuido el juicio. Sobre el final de la contienda, Hitler aún no toma conciencia de la derrota. Convoca a las juventudes hitlerianas y les administra Pervitin.
Los aliados también experimentaron con Benzadrine y corroboraron la posibilidad de una acción más agresiva de sus soldados. Finalmente podían enfrentar a los héroes arios.
Los alemanes no podían parar de consumir y de avanzar. El desastre de Stalingrado en el 41 da cuenta del cansancio y el delirio persecutorio que hizo presa del ejército como efecto devastador.
Sobre el final un nuevo y pequeño submarino de confección alemana pretendía revertir la derrota. Requería una nueva droga para que los dos pilotos al mando pudieran tolerar el encierro y opresión dentro de la nave. Utilizaron a los prisioneros del campo como conejillos para evaluar la resistencia de un hombre. Mezclaron anfetaminas con cocaína y agregaron morfina para lograr la superdroga D-IX que administraron shnell , sin tiempo de experimentar con ella.
Los pilotos del microsubmarino, nunca regresaron.
El consumo ilegal sobrevive a la guerra y ha dejado adictos en todo el mundo.
Estas investigaciones no estaban presentes hasta ahora que empiezan a tomar gran difusión. Si bien los detalles a considerar sobrepasan las posibilidades de este artículo, lo expuesto puede ayudar a captar mejor la ferocidad que marcó la segunda guerra mundial.
Ahondar en los efectos de la droga, captar sus matices, puede hacernos cuestionar la huella que deja en nuestra subjetividad: pervertir la dignidad humana, legalizar el odio, habilitar el genocidio, admitir la indiferencia y la negación, señalar la carencia de empatía con el prójimo. El legado recibido está en marcha. Comprender sus mecanismos, nos deja muy lejos de justificarlo o perdonarlo. Ante las atrocidades de las que somos testigos -Elie Wiesel dixit- hemos de tomar partido. (extracto de un capítulo en proceso)